domingo, 1 de mayo de 2011

¡Qué mala suerte tengo!

El ser humano es, por naturaleza y en términos generales, siempre inocente. Es decir, resulta mucho más fácil y común echar la culpa a los demás, al destino, a la mala suerte, al mercado… A todo, menos a uno mismo. Pues a ver si nos enteramos de una puñetera vez y hacemos un acto de sinceridad: somos los responsables directos y absolutos de todo cuanto nos ocurre. Sí: de todo.

Así que basta ya de lamentaciones, de complejo de mártir flagelado por un implacable destino opresor y vamos a asumir el timón de nuestro barco y admitamos que estamos donde estamos por nuestra propia responsabilidad… o la falta de ella.

¿Crisis? ¡Ja! ¿Y por qué siguen estando los centros comerciales de bote en bote? ¿Y por qué siguen los precios de todos los artículos de lujo por las alturas? ¿O es que Rolex ha hecho una campaña de “lleve 3 y pague 2” y yo no me he enterado? Crisis hay. Y seguirá habiendo. Pero mientras no admitamos que hemos llegado aquí por nuestra propia incompetencia, arrogancia, irresponsabilidad o una buena mezcla de todo ello, aderezada con un buen toque de avaricia desmedida, no seremos capaces de salir del pozo. Sólo hay una forma de solucionar esto: buscando soluciones. Y no sentándote a mirarte el ombligo, lamentándote mientras te preguntas: “¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?”. Simplemente debes invertir tu punto de vista y darte cuenta de que nadie está en contra de ti, de que nadie te ha echado un mal de ojo, sino que simplemente lo has hecho mal y esto te ha llevado a donde estás hoy y ahora. Punto.

Por eso, vale ya también de despotricar contra el mercado, de lanzar una y otra vez mensajes de que “alguien te está viendo” y de qué mala suerte tienes, porque cada vez que entras en una posición, aquello se gira en tu contra como perro rabioso que te ataca. Pues nada de esto es cierto. No eres el centro del universo y mucho menos del bursátil. Nadie está esperando tu “valioso contratito” o tu “paquetito de 100 acciones” para merendárselos a la primera de cambio. Eres tú y sólo tú el responsable de lo que ocurre. Basta con que hagas un ejercicio de proyección  y te mires desde fuera, para ser capaz de identificar tus errores. Claro, que para eso antes tienes que admitir que te has comportado como un perfecto inepto hasta el momento… y esto quizás ya no sea tan fácil. Pero no es cuestión de mala suerte. Eso seguro que no.

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