domingo, 16 de octubre de 2011

Además de envidioso, gilipollas


Esta vez me ha dado por analizar los siete pecados capitales: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia. Y resulta que por más que los he repasado y estudiado, sigue habiendo uno de ellos que no me cuadra en el grupo. Es una auténtica oveja negra. Es un grano en el culo. Es una mota en un ojo. Es decir, que no debería estar en dicha lista porque, a mi entender, es además uno de los que ha generado más destrucción, desamor, malestar y daño entre los seres humanos. Es, en definitiva, la envidia.

¿Y por qué hago tales afirmaciones? Es fácil de explicar y mucho más rápido de entender: porque es el único de los siete pecados capitales en el que tú no recibes nada en primera persona. ¿Te das cuenta? No participas de ningún modo (no comes más de la cuenta, no andas con mujeres “malas”, no vagueas a todas horas, no acaparas todo para ti, no te suben las palpitaciones a doscientos y para colmo,  ni siquiera te pavoneas como un macho en celo por delante de tus semejantes). ¿Es o no es cierto lo que digo? Simplemente sufres en silencio los triunfos, la prosperidad, la buena suerte o simplemente el buen momento de cualquiera de los seres humanos, ya sean más o menos cercanos a ti (aunque para remate de los tomates, resulta que cuanto más cercana es la persona, puede que incluso exista más probabilidad de envidia).

Y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, porque todos tendremos que quedarnos bien calladitos ante más de un conato de envidia en el que nos habremos sorprendido a nosotros mismos. La cuestión es qué hemos hecho con él: ¿Lo hemos anulado de nuestra mente? ¿Lo hemos dejado crecer? ¿Nos hemos sentido auto-rechazados? ¿O nos hemos regodeados en él? Creo que cuando superemos que nuestro vecino de al lado tenga mejor coche que nosotros (y lo cambie cada dos por tres), que cuando nuestro primo lejano que no tiene estudios tenga más dinero del que nosotros ganaremos en tres vidas con nuestras dos carreras universitarias y que, ni todas las guapas son tontas, ni todos los guapos son maricones, habremos alcanzado un excelente punto para ser algo más felices.

Y os puedo decir que al principio no resulta fácil, pero con un poco de constancia y esfuerzo no hay nada más reconfortante que alegrarte del bien ajeno en lugar de acuñar esa estupidez condescendiente y protectora de toda mala interpretación, que se expresa como “envidia sana” (¡No me toques las narices! Decir que una envidia es sana es como llamar ecologista a un cazador). Por eso, cuando tengo el honor y el placer de conocer a alguien que ya tiene también superado este “pecado capital” y que lo ha girado adecuadamente para valerse del triunfo y logro ajenos, en lugar de criticarlos, rechazarlos o repudiarlos, es cuando no puedo por menos que dedicarle este artículo, cuya primicia ya le confesé en una de nuestras intensas y largas comidas.

Así que lo siento por el que no esté de acuerdo, con quien  por cierto me sentiré encantado de tener un buen rato de plática al respecto, pero creo que la envidia, además de ser nociva, dañina, improductiva y totalmente negativa para quien la padece y la alimenta, es un claro exponente de un grado de gilipollez humana tan elevado, que una vez controlado adecuadamente y convertido en “orgullo ajeno”, puede reportar no sólo grandes alegrías, sino también enormes beneficios para quien lo consiga. ¿Tú que piensas Xavi?

domingo, 9 de octubre de 2011

¿Y tú? ¿Por qué no te ríes?


Cada vez que paso un tiempo paseando por algunas de las ciudades que visito y mantengo la costumbre de mirar a la gente a la cara, suele pasar un buen rato hasta que consigo “cambiar el chip” y darme cuenta que esto no se estila en las grandes urbes. Hay que caminar con paso diligente, mirando al frente, ceño fruncido y que denote entre estreñimiento y enfado, sin saber en qué proporción. Y la verdad es que ni acabo de entender del todo el motivo, ni consigo hacerlo bien por muy ensimismado que trate de mostrarme.

Y tal es así, que no hace mucho me ocurrió algo muy especial mientras tomaba un pausado desayuno en un rincón del Madrid más antiguo. Se me acercó una señora de forma educada pero con cierta premura y me pidió orientación sobre una plaza cercana. Creo que mi pose relajada, mi media sonrisa, mi interés por ser un mero observador  y mi desconexión del ritmo de enjambre permanente que se respiraba a mi alrededor, hizo que esta buena mujer pensara que encontraría en mí a un auténtico y castizo madrileño, perfectamente conocedor de la zona (¡craso error!, porque creo que incluso la dirigí mal, a pesar de mi espontánea y firme respuesta).

Pero la cuestión es que no paro de darle vueltas al asunto y cada vez caigo más en la cuenta de que el ser humano, el mundo, la sociedad o lo que se le quiera llamar, está cada vez más enfadado consigo mismo. Y repito que no entiendo el por qué. Una de las características físicas que diferencia más categóricamente a un ser humano de cualquier otro animal es, precisamente, la sonrisa. Y entonces ¿por qué cada vez sonreímos menos? Creo que puede ser porque constantemente nos están repitiendo que hay que vivir ocupados, que debemos tener problemas, compromisos, hipotecas, letras… lo que sea, con tal de que nuestra cabeza esté justamente en cualquier sitio (que por cierto pase por consumir, consumir y consumir), menos en disfrutar con un chiste, una broma, una sonrisa o una buena carcajada.

No estoy diciendo que los problemas se vayan a solucionar de manera inmediata si le ponemos un poco de sentido del humor al asunto, pero sí me estoy refiriendo a que haciendo un leve esfuerzo, quizás todo podría perder algo de presión y de tensión por algunos instantes y ésto, en el peor de los casos, no hace mal a nadie.  Creo que a todos nos toca vivir nuestra propia vida, pero también pienso que ha habido en el pasado muchísimos momentos peores en los que mis antepasados (y los tuyos, por cierto) tuvieron que vérselas con circunstancias mucho más indeseables que las actuales, porque más me llama a mí la atención la crisis emocional que está sufriendo el “mundo civilizado”, que la debacle económica y financiera.

Y es que creo que dicho “mundo” se está dando cuenta de que no hay forma de ser felices por mucho que cambiemos de coche, de televisión, de ropa, de perfume… ¡o de vivienda! Porque mientras no seamos capaces de saludar con una sonrisa, de mirar a la gente a la cara, de dar los buenos días a un desconocido, o simplemente de soltar una espontánea carcajada ante una sencilla anécdota (ya sea propia o extraña), estaremos siendo unos eternos portadores de la insatisfacción, del fastidio, del cabreo permanente con todo y con todos  y en definitiva, unos modelos del  “mal rollo” continuo. Y a decir verdad, tengo que pensar otra vez en aquella buena comparación de si fue antes el huevo o la gallina. Porque no sé si estamos tan enfadados porque nos va mal, o quizás ocurra que nos va mal por estar tan enfadados…

domingo, 25 de septiembre de 2011

A buenas horas, mangas verdes


Allá por el siglo XIII existía en Castilla la denominada “Santa Hermandad” que podría venir a ser como la policía local de nuestros días. Y resulta que la indumentaria de este cuerpo de defensa ciudadana era ciertamente llamativa, porque contaban con un chaleco de cuero, bajo el cuál asomaban unas vistosas mangas verdes chillón como signo de su indumentaria. Pero resulta que la eficacia y la efectividad de estos componentes para llegar a tiempo a los sitios en los que se precisaba de su auxilio, no era precisamente su mejor cualidad. De ahí que se acuñara para la posteridad el término de: “¡A buenas horas, mangas verdes!” para referirse a todo aquello que se descubre a destiempo y que ya no puede aportar ningún provecho ni ventaja. Vamos, hablando claro y pronto sería algo así como decir que “cuando le tocas los huevos al toro, sabes que es macho”.

Pues resulta que en estos días me he topado con varias noticias en más de un medio de comunicación, en las que se anuncia a bombo y platillo que entre los titulados universitarios la tasa de paro es significativamente menor que entre aquellos que no cuentan con tal titulación. Pero el descubrimiento va más allá y advierte que si además se cuenta con un máster entonces ya es la repera, porque se tiene un empleo incluso mejor remunerado. Pues vaya descubrimiento y vaya momento para hacerlo público.

Resulta que llevamos más de dos décadas ocupando los vagones de cola en materia educativa, con un éxito escolar permanentemente desastroso, con un prestigio universitario en continuado descenso, y con una ausencia total del fomento de una formación de calidad (sea o no universitaria). Y ahora nos vienen a descubrir que “si estudiamos, nos irá mejor en la vida”. Precisamente ahora que las fiebres del ladrillo han dejado las mentes y los bolsillos más pelados que una bola de billar, nos advierten de que si nos formamos… tendremos más posibilidades de tener empleo. Y todo esto cuando resulta que en nuestra población existe un nutrido grupo de personas que se encuentran ya “en tierra de nadie”, porque se les  ha pasado el arroz para ponerse a hincar los codos y porque no se percataron antaño de hacer otra cosa que regocijarse en el día a día, de vivir al momento y de no pensar más allá de la próxima semana, en lugar de haberse dedicado a sembrar para recoger, aunque ello hubiera supuesto dejar pasar el tren de las riquezas exuberantes y deslumbrantes adquiridas a la velocidad de la luz.

Pues en mi opinión, esto es exactamente igual que aquellos soldados que llegaban tardíos al lugar del delito para mofa y burla de todos los ciudadanos. A estas alturas no se trata de descubrir que un universitario tiene más posibilidades de obtener trabajo que uno que no lo es, ni que alguien con un máster estará mejor pagado que quien no lo posea. Esto es una obviedad como decir que el color del caballo blanco de Santiago… es “blanco”. ¡Tócate la nariz, por no decir otra parte del cuerpo! Pero bueno, al menos servirá para que las nuevas generaciones (y creo que harán falta más de una) empiecen a recibir poco a poco otra dosis de “estudia y prepárate para el futuro”, aunque por el derrotero que esto está tomando, más bien conviene ser bueno en algo, convertirse en un auténtico profesional de vocación y entrega, que acaparar títulos universitarios y másteres con los que empapelar dos cuartos de baño (como mínimo). Porque lo que se demanda cada día más es justamente lo contrario: tablas, experiencia, dotes de dirección, capacidad para afrontar problemas, iniciativa, creatividad y agallas (léase “cojones”) para tirar del carro en momento de crisis. Y no llenar las universidades de canas y de calvas con más ganas de contar batallitas del pasado, que de atender al profesorado.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Joven y puerco


Después de cada fin de semana, cuando paseo por el parque cercano a mi casa, me encuentro con el mismo espectáculo bochornoso y repugnante: botellas de todo tipo tiradas por el césped, masas amorfas de papel de aluminio, tarrinas de plástico, papeles, latas de cerveza, tetrabriks de vino súper-corriente, etcétera, etcétera; y todo ello, sin mencionar algún que otro condón y también (por qué no) la correspondiente compresa con que a veces me he topado en mi recorrido. Que yo recuerde (y afortunadamente aún tengo reminiscencias bastante nítidas de mi pasado), cuando era yo el que iba de botellón, se tomaba un helado o echaba un polvo en un descampado, jamás de los jamases se me ocurría tirar toda la porquería sobrante a pocos metros de donde había estado.

Y este hecho aún me llama más la atención cuando me percato de que en dicho parque y mezcladas con esta nutrida muestra de desechos y restos, existe un número suficiente de papeleras prestas y dispuestas para ser utilizadas. ¿Qué gusto puede haber en tirar todo esto al suelo que pisas, en lugar de hacerlo en una papelera que tienes a pocos metros de ti?  ¿Por qué el hecho de ser joven, adolescente y exuberante en energía y desparpajo, tiene que ser sinónimo de ser despreocupado, irresponsable y cerdo hasta la saciedad? (Con perdón para gorrinos, por cierto) ¿Qué tiene que ver el tocino con la velocidad? ¿Qué tiene que ver la juventud con la mugre? Pero lo peor de todo es que no paro de darle vueltas al asunto y llego a una conclusión aún más alarmante: detrás de todo fruto está su árbol; detrás de toda creación está su creador; detrás de todo joven… están sus padres, o al menos deberían estarlo.

Así que puede ser (y me temo que muy probablemente lo sea), que más de la mitad de las porquerías que estos chicos y chicas dejan cada fin de semana en el parque, haya que anotarlas en la correspondiente cuenta paterna y materna a partes iguales, por no haberse ocupado y preocupado de inculcarles respeto, modales, decoro y consideración para con su entorno y tantas y tantas cosas más. No vaya a ser que con el paso del tiempo,  cuando ya dejen de ser jóvenes (como de hecho ocurrirá aunque ahora ni se lo plantean), se encuentren con un vertedero por ciudad, cuyos cimientos se han encargado ellos de afianzar en primera persona, con la inestimable colaboración de sus acomodados padres en la pasividad y en la permisividad más insensata e injustificable.

Y así, con el efecto de la rueda demoledora del tiempo, quizás algunos sientan una fuerte repulsión hacia todo lo que les rodea, como consecuencia lógica de haber descubierto que en el fondo nunca han sido realmente unos cerdos. Y pese a que no se les puede eximir de toda culpa, también pueden argumentar en su defensa que los tocó ser los desafortunados vástagos de una generación de progenitores descuidados, ausentes, faltos de rigor y del gusto por transmitir buenos modales, respeto, educación y civismo al estilo más tradicional, antiguo y válido que se conoce. Por eso, no sé quién será peor: si el joven y puerco que ahora lanza con desgana una lata de cerveza al suelo, o el incompetente del padre que no le hizo tragarse el primer papel de caramelo que le vio tirar.

jueves, 25 de agosto de 2011

Dale un pez a un hombre...


Me viene a la cabeza aquella famosa cita que reza: “Dale a un hombre un pez y comerá un día; enséñale a pescar y comerá toda la vida”. Y el motivo es una curiosa comparación que no he podido evitar observar con ciertas medidas públicas que no sólo se han llevado a cabo de forma aparentemente excepcional, sino que luego se han vuelto a aplicar sin evaluar por un momento su eficacia en el pasado. No quiero ni voy a entrar en connotaciones políticas, sino que me limito simplemente a exponer un hecho desde un punto de vista bastante simple y que insisto, puede ser tomado desde la visión más imparcial que pueda imaginarse.

Dicho de otro modo: “Dale 400 euros a un desempleado y lo mantendrás durante un mes (a duras penas); dáselos a un autónomo y puede que al cabo de unos meses tengas menos parados”. Sólo es una reflexión, pero creo que tiene un buen grado de validez, dado que con estas medidas reiteradas, a pesar de que son perfectamente lógicas y necesarias, lo que realmente se consigue es alimentar un espíritu de pasividad, de auto-lamentación y de postergación de un ambiente agónico y desdichado, en lugar de llamar al valor, la iniciativa, la creatividad y a seguir manteniendo el barco a flote contra viento, marea y tempestades.

No sé cuantas de estas ayudas se van a repartir durante los próximos seis meses, pero quizás hubiera sido más interesente dirigir este dinero hacia un público objetivo que se comprometiera a seguir peleando por encontrar un punto de optimismo (no exento de sacrificio) en este ya tortuoso y prolongado viaje cuesta abajo y sin frenos en el que seguimos inmersos. Incluso me atrevería a decir que más de uno de que los puedan recibir ahora esta “ayuda”, preferiría en lugar de seis meses que fueran tres, pero que se obtuvieran a cambio de un mínimo de actividad y compromiso laboral, en lugar de seguir fomentando una postura de lagartos al sol, que siguen rebajando el precio de su lamentable existencia, a cambio de un puñado de raquíticos y polvorientos insectos.

Me alegro sinceramente por las personas que recibirán esta ayuda, pero deben saber que de seguir así, tarde o temprano nos quedaremos sin barco, sin redes, puede que incluso sin peces… y lo que es peor aún: sin pescadores de verdad. Y entonces más de uno se preguntará por qué nadie le avisó de que pescar era mucho mejor que comer peces. Y otra vez volveremos a lamentarnos y a echarle la culpa a la marea, al tiempo, a los políticos o a toda la corte celestial, en lugar de coger de una puñetera vez el timón entre las manos, el cuchillo entre los dientes y hacernos a la mar, con cojones o sin ellos.

martes, 26 de julio de 2011

¿A dónde vas con tanto correr?


En menos de treinta y seis horas tuve “el placer” de vivir dos experiencias muy similares, de esas que dejan huella, siempre que uno se encuentre alerta y receptivo para tales mensajes. La primera fue un domingo a las doce y poco de la mañana, cuando encontrándome parado en un cruce, quien estaba detrás mía adelanta de forma brusca y se salta todos los cánones de la circulación, preferencias de paso y demás normativas habidas y por haber. La segunda fue al día siguiente, a eso de las cinco y media de la tarde, cuando yendo yo caminando por una acera, me saluda desde su coche un amigo al que no le dio tiempo a intercambiar conmigo tres frases, cuando ya le estaba advirtiendo a golpe de claxon el coche de atrás.

Lo mejor de todo es que en ambos casos la insoportable espera no creo que llegara a los diez segundos. Pero el punto de crispación, de desequilibrio, de nervios y de falta de sentido común llega a niveles insospechables. Estas personas no saben que al final… también se van a morir, como todo el que haya nacido. Pero en lugar de haber disfrutado del camino, se habrán dedicado a freírle las entrañas a todo el que se le cruce, porque las suyas imagino que ya estarán carbonizadas. Pues por mi parte, voy a seguir parándome en los cruces, caminando a un ritmo más lento, hablando con mis amigos siempre que pueda (ya vayan a pie, en coche, moto o burro-taxi) y no me da la gana de entrar a saco en este ritmo de prisas, de impersonalidad, de frenetismo compulsivo, para ganar tiempo en la carretera con imprudencias y salidas de tono, con el único objetivo de volcar sobre mí su carencia total de gusto por lo sencillo, por los momentos, por algo tan especial y sutil como ser consciente de tu vida.

Vamos a dejarnos de tantas prisas y “tanto correr” porque al final llegaremos al mismo sitio y de ésa sí que no nos salva… ni Perry Mason. Depende de nosotros haber disfrutado del trayecto o haberlo convertido en un cúmulo de sinsabores, tensiones, amarguras y mierdas variadas (sitio al que por cierto mandé con todas las letras a cada uno de los protagonistas de sendas aventuras; no sé si me oyeron, ni me importa).

Disfruten del verano, del invierno o de la estación que más les guste. Pero disfruten y corten de una puñetera vez con ese endiablado tren en el que todo tiene que ser rápido, asfixiante y “de ahora para ya”. Ya lo dijo Groucho Marx hace años pero es más cierto y válido cada día: “Paren el mundo, que yo me bajo”.  Y quizás por eso, entiendan mis alumnos y alumnas que participan en nuestras sesiones de trading en directo, por qué siempre digo aquello de: “Vamos a hacerlo bien. Vamos a divertirnos… y de paso, vamos a ver si ganamos dinero.”

domingo, 10 de julio de 2011

De los 40 para arriba.. haz lo que el cuerpo te pida

Una de las características inseparables de pasar de los 40 es ese creciente, constante e insistente deseo de hacer balance de tu vida y de cómo en qué circunstancias, has llegado hasta donde ahora te encuentras. No puedes evitar pensar que ya estás más cerca del final que del principio. Tampoco se te escapa ver que el tiempo pasa inexorable para todo y para todos, y cómo los que antes gateaban, ahora te miran desde arriba; y los  que antes te preguntaban con curiosidad, ahora te afirman con la rotundidad incuestionable que tú también tuviste tiempo atrás; y a muchos de los que les preguntabas… ya no puedes hacerlo.

Pero después de los 40 aún hay vida. Déjate de depresiones galopantes y de gilicagadas por el estilo y aprovecha la experiencia que tienes, con la energía que aún debe quedarte. Porque tanto una como otra, lo admitas o no, forma parte irrefutable de tu camino personal recorrido hasta este punto y este momento. Una vez más, como en tantas cuestiones de la vida, es tu actitud la que te puede ayudar a construir tu propio destino.

Así que me niego a ser un cuarentón en fase descendente, que está más tiempo melancólico que alegre, nostálgico que feliz y advierto que a nadie se le ocurra espetarme aquél refrán que dice “De los 40 para arriba, no te mojes la barriga”, porque entonces le espetaré yo este otro de cosecha propia: “De los 40 para arriba… haré lo que el cuerpo me pida.” ¿Y por qué este desaire? Pues porque tengo el punto de madurez necesario para no correr antes de andar, para no querer llegar a la meta antes de partir; pero también tengo la capacidad de hacer las cosas que se me quedaron en el camino, porque aún estoy a tiempo, porque son aquellas cosas que estaban por encima del dinero y son las que realmente deseaba (y aún deseo) hacer.

Por favor, vayan apartándose, quítense de en medio y no estorben, todos los que crean que el mundo no está en manos de los que pasan de los 40, porque a nosotros nos toca ahora más que nunca poner otro ritmo en esta carrera sin sentido, en esta avalancha de información imposible de asimilar, en esta vida delante de un cuadro (ya sea una televisión, un ordenador, un móvil o cualquier otro artefacto tritura-tiempo). Por eso quiero que, si eres de los que está en este barco (o a punto de embarcar), te des cuenta de que es un privilegio esta travesía y en lugar de mirar al mar con la vista perdida en las profundas aguas, mires al horizonte y te ilusiones con llevar tu barco hasta esa isla paradisíaca que siempre soñaste (suena un poco cursi, pero el mensaje debes cogerlo y aprovecharlo).

Yo por mi parte, he optado por “la bolsa” como el medio que me permita romper la baraja y hacer todo lo que no hice condicionado por el dinero, y no tener que hacer todo lo que detestaba, precisamente a cambio de dinero. Tú puedes hacer lo que quieras, pero deja de mirar a los 40 por el retrovisor y aprovecha el viento que te está dando en la cara, mientras haya frescura en el ambiente… porque nada es eterno.

lunes, 20 de junio de 2011

Con dos pulmones... y con dos cojones

En estos días en los que todos llevamos el pañuelo presto y dispuesto para sonarnos la nariz y esperar que quien nos encontremos nos comprenda y nos brinde su hombro, por lo mal que está todo, por la mala suerte que hemos tenido, por la falta de noticias buenas, por la puñetera crisis y todo lo que la rodea… En estos días, como digo (y que siento aventurar serán prolongados en tiempo y forma) no es de extrañar encontrarnos con que las ventas de libros de autoayuda y superación personal se disparan, mientras que en más de una ocasión el más seguro de sí mismo se sorprenderá enganchado a la televisión por una peli que le aporte una dosis de energía, optimismo y buena vibración (aunque sea pagando el lamentable precio de interrupciones publicitarias absolutamente indignantes por su duración).

Porque es normal que necesitemos cargar nuestras pilas anímicas, levantar la cabeza, mirar hacia delante y dejar de quejarnos por todo y por todos. Porque estamos aquí justamente gracias y en parte,  a que quienes nos precedieron no se limitaron a eso y tuvieron que levantarse también en más de una ocasión, y posiblemente más adversa que la nuestra. Pero lo que resulta digno de privilegio es que te permitan ser testigo en persona de una experiencia con más fuerza emocional, más carga vital y más energía positiva que la mejor de estas películas o veinte libros de autoayuda, uno sobre otro.

Cuando ves a un hombre maduro (más cerca de los cuarenta que de los cincuenta años), que hasta hace poco rebosaba fuerza y vitalidad en su bar, como lo recuerdo desde hace bastante tiempo, pero al que la vida lo ha colocado en una encrucijada terriblemente dura, de donde sólo puede salir con un golpe de cara o cruz, además de otros mil factores como puedan ser un donante que llegue a tiempo, un equipo médico impecable, una maquinaria y medios técnicos sin precedentes, y un toque de la Divina Providencia… Entonces y sólo entonces, es cuando te das cuenta de que no hay que ir muy lejos para encontrar motivación.

Pero lo grande, lo realmente grande y extraordinario, es cuando estás en una plaza cargada de tantas personas, cada una con su historia, cada una con su camino (a veces corto y a veces tan prolongado que ya perdió el rumbo), y notas que tus ojos se humedecen, pero te alegras; y notas un nudo en la garganta mientras oyes la orquesta, que se mezcla con los continuos aplausos, y te sigues alegrando; y percibes esa corriente humana de sensibilidad, emoción, amor y fuerza; y sientes un agradable escalofrío que te eriza todos los vellos de tu cuerpo… y te vuelves a alegrar por estar viviendo ese instante.

Es sólo después de este pelotazo emocional cuando te das cuenta de lo ridícula, impresentable e indefendible que resulta la actitud tan derrotista y cada vez más cotidiana, respecto a otros problemas que ya puedan ser económicos, laborales, sociales o de otra índole similar, pero que resultarán igualmente insignificantes frente a una persona que ha superado un trasplante de sus dos pulmones, después de pasar prácticamente dos meses en situación de vida o muerte. Por eso tengo que dedicar hoy este artículo a este señor, a Francisco, a D. Francisco Pérez Bonichi. Para felicitarlo, para desearle lo mejor y para agradecerle que me haya permitido encontrar esta dosis de fibra, de garra, de fortaleza, de ánimo… y por encima de todo, de amor.

Y me gustaría que todo el que lea estas líneas haga suyo este ejemplo y lo recuerde, para recurrir a él cuando le ataquen los momentos bajos, esos que vienen sólo para agrandar los “tremendos problemas” que cualquiera pueda tener en su empresa, en su empleo, en sus relaciones… o en sus operaciones en bolsa. Y que decida entonces afrontarlos con la misma contundencia que Francisco ha sabido agarrarse a su vida. Porque gracias a un donante, a un equipo médico y a la fortuna, tiene dos nuevos pulmones. Pero la vida, con el permiso de Dios, esa la mantiene gracias a sus cojones.

viernes, 10 de junio de 2011

"Carpe Diem" pero cúrratelo, por favor...

Esta locución de origen latino que se puso de moda con aquel profesor que pretendía despertar la llama de la sapiencia y el sentido de la vida entre sus pupilos en la épica película "El club de los poetas muertos", me da la impresión que se confunde con bastante facilidad. Y me explico. Resulta que al parecer el "gozar del momento" va relacionado con "no hacer nada", con "vivir la vida"... sencillamente. Como si la vida estuviera para recibirla tan ricamente sin mover un dedo (¡y más con la que está cayendo!). Y es que, salvo que le des una vuelta de 180º al globo terráqueo y te conformes con un plato de arroz al día y, en caso de ser afortunado, un "black tea" por la mañana, mucho me temo que antes de "gozar plenamente del momento presente" deberías currártelo con esfuerzo, trabajo y constancia. Porque, sin que venga a colación ni relación con nada, pero tengo que confesar que estoy hasta las narices de este ambiente de pasividad, de falta de iniciativa, de sedación social y personal en el que estamos sumidos día tras día.

Creo que va siendo hora de hacer nuestra aquella frase de un famoso presidente de los Estados Unidos que figura en uno de sus billetes más emblemáticos y que llegó al máximo cargo de la Casa Blanca, con poco más que una formación autodidacta. La susodicha cita era: "Yo me prepararé, que mi oportunidad llegará". Pues bien, si hay algo que a partir de ahora deberíamos hacer todos por igual es prepararnos porque las oportunidades brillan por su ausencia, pero no tardarán en aparecer y entonces habrá que aprovecharlas, siempre y cuando se esté en condiciones y cualificación para ello.

Así pues, vale ya de abrir paso a la máxima de "aquí me las traigan todas" y ahora toca remangarse, doblar el espinazo, clavar los codos, pringarse hasta la coronilla o como se le quiera llamar. En resumidas cuentas, que se terminó la vida de "sopa boba" y más vale sumar puntos de cara a un futuro cada vez más exigente y escabroso, donde ya no bastará con un toque de picardía combinado con un puntito de enchufe... porque parece ser que este modelo está absolutamente rancio y exprimido.

Y por cierto, que una vez más este consejo no es ni mucho menos exclusivo del trading (aunque sí muy aplicable y recomendable) sino que puede ser extendido a cualquier campo y materia que se precie. Se trata, simple y llanamente, de mejorar, de aumentar el valor y la calidad de nosotros mismos en todo lo que hacemos, en lugar de sentarnos en una silla y preguntarnos "¿Por qué a mí?". Así que espabila y en lugar de quejarte, dedícate a preguntarte cómo puedes mejorar en tu vida, en tu trabajo, en tu trading... o en lo que te dé la gana. Pero mejora, por el amor de Dios... que es lo único que deberías hacer antes de dejar este puñetero mundo de forma digna y con la tranquilidad de haberlo entregado "una pizca mejor de lo que te lo dieron a ti". ¿No te parece?



martes, 17 de mayo de 2011

El dinero no te hará mejor ni peor


Quizás no sea la primera vez que use esta máxima en mi blog o en mis libros, y probablemente tampoco sea la última: “El dinero no hace ni mejor ni peor a las personas, sino que simplemente las descubre”.  Es decir, que nadie es mejor ni peor hombre o mujer por más o menos dinero que tenga, puesto que seguirá comportándose con la misma clase o la semejante ruindad que hasta entonces viniera mostrando, independientemente de que le haya tocado el Gordo de la Lotería, o haya dado un pelotazo en bolsa.

Y es por ello que me siento halagado, orgulloso y feliz, cuando tras uno de mis cursos o seminarios, me veo rodeado de personas que, atraídas por la bolsa (todo hay que decirlo) sintonizan también con ese otro mensaje de compartir, de divertirse, de expandirse como ser humano, sin que por ello se pierda rigor ni validez en el resto de conceptos y conocimientos que por supuesto constituyen el objetivo del encuentro.

Pero resulta curioso y a la vez gratificante, observar  cómo se va produciendo una exquisita ampliación renovada  en mi círculo de conocidos, que luego pasan al plano de mayor confianza y así me voy encontrando cada día con más propuestas para tomar un café o quedar para almorzar, que para charlar sobre el último sistema de trading que he diseñado (aunque también quede tiempo para ello).

Y me alegro de haber podido girar y dirigir mi mensaje hasta ese grupo de personas que estaban en los más recónditos rincones de la geografía española (e incluso más allá….) y que han conseguido cambiar mi vida. O ahora que lo pienso:  ¿no seré yo el que haya cambiado la suya?  Sea como fuere, me siento un privilegiado por ello y quiero compartirlo al máximo con todo el que piense que por delante del dinero, de la especulación y del trading, están las ilusiones, los proyectos, las frustraciones, las carcajadas, las anécdotas, las miradas… en definitiva: las personas.

A ver si nos enteramos de una vez, porque el día que nos toque firmar el finiquito de nuestra existencia terrenal, no podremos llevarnos ni un puñetero céntimo al otro barrio,  pero tampoco podrán arrebatarnos ni uno sólo de los buenos momentos compartidos en compañía de mejores  personas y por supuesto, con la ausencia del dinero.

A ver si nos enteramos… que ya va siendo hora…

domingo, 1 de mayo de 2011

¡Qué mala suerte tengo!

El ser humano es, por naturaleza y en términos generales, siempre inocente. Es decir, resulta mucho más fácil y común echar la culpa a los demás, al destino, a la mala suerte, al mercado… A todo, menos a uno mismo. Pues a ver si nos enteramos de una puñetera vez y hacemos un acto de sinceridad: somos los responsables directos y absolutos de todo cuanto nos ocurre. Sí: de todo.

Así que basta ya de lamentaciones, de complejo de mártir flagelado por un implacable destino opresor y vamos a asumir el timón de nuestro barco y admitamos que estamos donde estamos por nuestra propia responsabilidad… o la falta de ella.

¿Crisis? ¡Ja! ¿Y por qué siguen estando los centros comerciales de bote en bote? ¿Y por qué siguen los precios de todos los artículos de lujo por las alturas? ¿O es que Rolex ha hecho una campaña de “lleve 3 y pague 2” y yo no me he enterado? Crisis hay. Y seguirá habiendo. Pero mientras no admitamos que hemos llegado aquí por nuestra propia incompetencia, arrogancia, irresponsabilidad o una buena mezcla de todo ello, aderezada con un buen toque de avaricia desmedida, no seremos capaces de salir del pozo. Sólo hay una forma de solucionar esto: buscando soluciones. Y no sentándote a mirarte el ombligo, lamentándote mientras te preguntas: “¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?”. Simplemente debes invertir tu punto de vista y darte cuenta de que nadie está en contra de ti, de que nadie te ha echado un mal de ojo, sino que simplemente lo has hecho mal y esto te ha llevado a donde estás hoy y ahora. Punto.

Por eso, vale ya también de despotricar contra el mercado, de lanzar una y otra vez mensajes de que “alguien te está viendo” y de qué mala suerte tienes, porque cada vez que entras en una posición, aquello se gira en tu contra como perro rabioso que te ataca. Pues nada de esto es cierto. No eres el centro del universo y mucho menos del bursátil. Nadie está esperando tu “valioso contratito” o tu “paquetito de 100 acciones” para merendárselos a la primera de cambio. Eres tú y sólo tú el responsable de lo que ocurre. Basta con que hagas un ejercicio de proyección  y te mires desde fuera, para ser capaz de identificar tus errores. Claro, que para eso antes tienes que admitir que te has comportado como un perfecto inepto hasta el momento… y esto quizás ya no sea tan fácil. Pero no es cuestión de mala suerte. Eso seguro que no.

sábado, 16 de abril de 2011

Sobre la distorsión

El término "distorsión de la realidad" es comúnmente conocido y popularmente utilizado como muletilla en determinadas ocasiones para salir del paso ante situaciones habituales, pero igualmente indefendibles, como podremos comprobar con un mínimo esfuerzo que hagamos. Así, no será difícil encontrarnos con energúmenos (no sé por qué pero raramente son "energúmenas") que habiendo ingerido más alcohol de lo previsto (siempre bajo su propia volundad, por cierto) se encuentran en un punto de exaltación de la autoesitma y la capacidad propia difícilmente cuestionables.

Pues ocurre, curiosamente, que este nivel de dominio de la situación y del típico "yo controlo..." cuando en realidad no es capaz de dar ni con la palanca de cambio (y detalles por el estilo) es totalmente comparable al individuo que mantiene una posición larga en contra de una caída libre de la cotización, o del que sigue "vendido" observando con cara de póker como el precio sube y sube sin descanso.

¿Por qué el ser humano es tan rematadamente imbécil y obcecadamente obtuso para no ser capaz de admitir que se ha equivocado? ¿Es tan complicado decir "la cagué"?

En bolsa, a diferencia de otras facetas de la vida, esto se reduce a un sólo click de ratón donde podemos pasar de decir "donde dije digo... digo Diego..." y nadie nos tachará de hipócritas. Pero mucho me temo que la cuestión no está en la sencillez de enmendar un error sino en la dignidad de reconocerlo. Y mientras no seamos capaces de encajar esta lección veo bastante difícil que una posición perdedora pueda ser cortada de raíz, de la misma forma que veo altamente complicado que alguien diga "lo siento" minutos después de saber que ha metido la pata hasta la cintura.

Por eso, sería bastante recomendable que dedicásemos de vez en cuando un buen rato para estar "a solas con nosotros mismos", haciendo un sincero y estricto autoanálisis y admitiendo hasta qué punto estamos siendo víctimas de nuestra propia distorsión de la realidad y del grave daño que ello nos ocasiona, tanto en nuestro bolsillo, como en nuestra cabeza.

Y mientras no lo hagamos... mal viento nos corre...

viernes, 1 de abril de 2011

Una visita al museo

No recuerdo ya cuando fue la primera vez que visité un museo (sea cual sea la índole de los objetos que expusiera) ni tampoco tengo claro el texto al que suelo hacer últimamente repetidas referencias en mis sesiones de trading en directo y que es el protagonista de este artículo. Pero de lo que no me cabe duda es que puede ser alto el porcentaje de mis lectores(as) que ya esté haciendo cábalas para encontrar algún tipo de concordancia entre una plácida estancia en alguna sala de esta naturaleza y la dinámica que conlleva operar en los mercados financieros.

Pues resulta, que a raiz de la situación actual en la que están situados los índices más representativos de las bolsas mundiales, está empezando a ser "mosqueante" que no se produzca ya una corrección cuando en realidad el panorama general es cada vez menos alentador desde cualquier punto de vista y análisis que se realice. Entonces, ¿por qué ha subido la bolsa? ¿Y por qué no baja ya? ¿A qué están esperando las bolsas para corregir? Todo ello desemboca en una situación de "subida forzada" y de movimientos bastante laterales e indecisos en el intradía, hasta que una noticia o una publicación de algún dato macroeconómico provoca un brusco salto en la cotización, sin dar oportunidad para participar y volviendo nuevamente a ese estado de semiletargo, hasta un nuevo zarandeo.
Es entonces, cuando viene a mi mente mi querida expresión, para todos los que siguen mis indicaciones; y es cuando afirmo: "Esto es como en los museos: Ver pero no tocar". Porque si hay algo que debemos desarrollar para alcanzar destreza en los mercados bursátiles es la capacidad de descartar oportunidades y no entrar a todo trapo, esté como esté la situación, porque simplemente no podemos permitirnos cerrar un balance diario sin haber hecho al menos una operación. Pues siento decir (y afirmar con rotundidad) que hay muchas ocasiones en las que "lo mejor que se hace es no hacer nada". 

Y recuerda que, como alguien dijo alguna vez (y como cito en alguna parte de mi obra): “Es mejor esta fuera queriendo entrar, que dentro queriendo salir”. Así que cuando nos veamos en una situación en la que no hay forma de meterle mano a la operativa, ni de encontrar una tímida pauta de entrada para abrir una posición, lo mejor que hacemos es recuperar aquella imagen, ya borrosa en la retina, de un jovenzuelo mirando con asombro una valiosa reliquia con cientos de años de historia y secretos, custodiada por un celoso rótulo que rezaba: “Ver pero no tocar”.

sábado, 26 de marzo de 2011

El brillante empresario que se arruinó en bolsa

Érase una vez un rico y brillante empresario, que amasó una importante fortuna a base de mucho esfuerzo, dedicación y una voluntad férrea en mejorar constantemente los resultados de su próspera empresa. Y tal era el estado de bonanza y triunfo en el que se encontraba, que llegó a sentir un profundo aburrimiento, presa de la monotonía con la que su riqueza crecía con pasmosa facilidad.

Y así fue como un buen día (o un muy mal día, según como se mire) decidió invertir en bolsa. Siempre le había atraído el mundo de las finanzas y ahora tenía tiempo, dinero... y un historial impecable de un triunfador hecho así mismo. Estaba claro: volvería a sentir la emoción y el riesgo de antaño, y de paso se anotaría otro trofeo para su palmarés de gladiador.

Pero cuál fue su sorpresa cuando se encontró con que no sólo era incapaz de ganar dinero en bolsa sino que lo perdía con alarmante facilidad y a una velocidad que se aceleraba de forma peligrosa e incontrolable, con cada nueva operación que realizaba. Y así estaba una tarde el empresario sumido en la más absoluta desesperación e impotencia, viendo cómo había días que perdía en bolsa más dinero de lo que ganaba en su empresa, cuando se le acercó un buen amigo y le regalo esta reflexión: 

"Te recuerdo en tus comienzos como empresario, absorbiendo todo lo que estuviera a tu alcance relacionado con tus productos, con tu sector, con el trato al cliente, con las estrategias de venta y etc. etc. Y sin embargo, no te he visto en ningún momento formándote en la bolsa lo más mínimo (ni un curso, ni un seminario, ni un simple libro...). Y me pregunto dónde estará la causa: ¿estás mayor? ¿crees que es fácil? ¿o simplemente piensas que por ganar dinero con tu empresa lo puedes hacer igual en la bolsa?".

Y así fue como el  exitoso empresario pero derrotado trader, encajó esta cura de humildad y se dio cuenta de que para llegar a la cima, además del trabajo y del valor, siempre hay que añadir una dosis generosa de conocimiento, fruto de no pocas horas de estudio y dedicación.

Quizás, una de las mayores falacias en el mundo de la bolsa sea pensar que se puede ganar el dinero simplemente con leer la prensa salmón de cada mañana u oír un par de tertulias financieras de turno. Y quizás por eso una de las Leyes de Oro que aparecen en el libro sea: "Estudiaré y me formaré antes de operar en bolsa".

Sólo quizás...

sábado, 19 de marzo de 2011

No por mucho madrugar, amanece más temprano

Al hilo del conocido refrán, que por cierto no debe entenderse como una invitación a la dejadez, ni a la vagancia, ni a la postergación, sino como un sabio consejo para dejar que las cosas se tomen su tiempo, admitir que todo proceso necesita su desarrollo y en definitiva, para dejar de correr sin ton ni son por la vida, se me ocurren varios paralelismos con el mundo de la bolsa y con nuestro día a día cotidiano.

Un ejemplo en la bolsa: "No por mucho mirar la pantalla, tu posición va a ir donde tú quieres". Es decir, que podrías aprovechar el tiempo para un sinfín de cosas más productivas que estar alentando como convidado de piedra, en una fiesta en la que tu participación es tan ínfima que no merece ni mención. Cada vela que se forma en un gráfico de cotizaciones requiere su tiempo y es algo que tú no puedes ni acelerarlo ni disminuirlo. Acéptalo.

Un ejemplo en la vida: "No por mucho coger el coche, llegarás antes". ¿De qué sirve ir con tu vehículo pegado al culo constantemente en una población donde en el 80% de los casos no tienes más de un kilómetro que recorrer? Estoy harto, cansado y aburridamente sorprendido de ver cómo cada mañana llego antes al colegio de mis hijas (¡caminando la friolera de unos 800 metros!) que mis vecinas y vecinos más cercanos, los cuáles se empecinan en embutir un día tras otro su coche en un amasijo lento y espeso de impotencia,  impaciencia y malas sensaciones para comenzar el día (¡No saben lo que se pierden!).

Otra de bolsa: "No por mucho operar, se gana más dinero". Aunque bien es cierto lo que alguien dijo alguna ve de que granito a granito se llena un saquito... No se debe confundir con que al final del día vas a ganar más dinero, mientras más operaciones hagas. Porque si la operación no es buena y has forzado la entrada y te has saltado parte de tus normas de especulación... sabes de sobra que no hay nada que rascar (y por cierto, que te pueden endosar un serio correctivo que se lleve de un plumazo muchos de los granitos ganados con tanto esmero).

Y otra de vida: "No por mucho trabajar, ganarás más dinero”. Esfuérzate, sacrifícate, supérate… pero usa el cerebro, por favor. Cuando más agobiado te veas, sabiendo que estás haciendo todo lo que puedes, que te deslomas cada día de sol a sol y que aún así no llegas cómodo a fin de mes, es cuando más tienes que pararte y pensar cómo puedes ser más productivo, cómo puedes conseguir más con menos esfuerzo y menos tiempo. Porque el tiempo se escapa y corre como el agua de un río escarpado. Mójate y disfruta del río. Tiene que merecer la pena.

sábado, 12 de marzo de 2011

No deberías sufrir con tus posiciones

Una cuestión es ganar dinero y otra cosa muy diferente es "hacerlo bien". Por eso, puede ocurrirte que pilles un buen pellizco en una operación, pero en la que tú mejor que nadie sabes que has tenido una alta dosis de fortuna y es difícil asegurar que se vuelva a repetir. Y por otro lado, habrá momentos en los que tengas que encajar una pérdida (mayor o menor) pero eres claro merecedor de una calificación excelente respecto a cómo has desarrollado la operativa. ¿Con cuál te quedas?

No lo dudes ni por un instante: quédate con la segunda opción. Olvídate de las ganancias y esfuérzate por hacerlo bien. Céntrate en construir un sistema robusto, coherente, concreto y más o menos rentable (por supuesto). Pero lo importante es que lo respetes, que lo sigas a rajatabla y que lo vayas mejorando y perfeccionando con el tiempo y con la práctica. Ahí residen los mejores principios para conseguir hacer de la bolsa una vía de ingresos sistemática. Ahora bien, quiero que recuerdes esta frase: "No hay nada peor que ganar dinero haciéndolo mal". Estás perdido. Estás cavando tu propia tumba si esto se repite con cierta frecuencia en tus operaciones de bolsa.

Por tanto, si cuando abres una posición empiezas a sentirte inquieto, no puedes separar tu vista de la pantalla, comienzas a comerte las uñas o detectas otros tantos signos de inseguridad e inquietud que te invaden... es que algo está fallando. Y probablemente sea que no lo has hecho bien. Porque de lo contrario, deberías sentirte tranquilo, paciente, incluso relajado en espera del desenlace. Y cuando éste se produzca, pasas a registrar el resultado de la operación y a engrosar tu estadística... y punto y aparte. A otra cosa mariposa.

Hazme caso: no sufras con tus posiciones abiertas (me da igual que duren minutos  o semanas). Si lo estás pasando mal... es que no lo has hecho bien... Admítelo. Cierra la posición y analiza qué ha ocurrido y cómo lo puedes evitar en el futuro. Te lo agradecerán tu bolsillo, tu corazón y tu cabeza.

viernes, 4 de marzo de 2011

La caja del día

Cualquier negocio, ya sea grande o pequeño, haya sido creado por puro altruismo, necesidad o sencillamente por valor e impulso, contará con la tradicional e imprescindible "caja del día". Es decir, hay que llevar un control diario sobre la actividad del negocio y sobre la relación entre gastos y beneficios para saber si realmente el invento está funcionando como debiera. Hasta ahí, bien. Pero entonces, ¿por qué no se hace lo mismo con la actividad bursátil? ¿A quién pretendemos engañar cuando llevamos un impreciso registro de operaciones en el que a veces anotamos, a veces no... e incluso en ocasiones tenemos ganas de tirar a la basura?

A diferencia del resto de "negocios", la operativa en bolsa no sólo hace necesario un registro diario del saldo neto obtenido, sino que debería ir acompañado también de una "reflexión diaria". No tiene que ser una densa disertación sobre el desarrollo de la jornada. Puede bastar con un par de frases... pero frases que vengan del corazón, de lo más puro y sincero, porque serán estos pensamientos, unidos a los números, los que nos permitan descubrirnos a nosotros mismos y nos ayuden a dirigir nuestros pasos hacia una actuación sistemática, organizada, cada vez más controlada... y sobre todo rentable. Porque al fin y al cabo, es de lo que se trata: de ganar dinero y calidad de vida.

Así que manos a la obra: elige una libreta "especial" como lo haría un colegial  ilusionado al comienzo de curso. Personalízala. Ponle tu nombre y la asignatura: "Fulanito de tal. Diario de bolsa. Año 2.011". ¿Qué te parece? Y te recomiendo que tomes en serio este consejo, porque no te puedes imaginar lo que te puede descubrir el  convertir en hábito esta recomendación. Por cierto, para terminar (y aunque te duela) siento decierto que si no lo haces... quizás sea porque te ocurra como cito en alguna parte de mi libro cuando Séneca dijo: "... vengo hablando conmigo mismo y no me gusta lo que estoy oyendo...".

viernes, 25 de febrero de 2011

"Vale más ser cobarde un minuto...

... que estar muerto todo el resto de la vida."

Esta es la cita con la que comienza el capítulo dedicado a la Segunda Ley de Oro ("Jamás incrementaré una posición con saldo negativo"). Y la propia frase lo dice todo.

Cuando tenemos una posición y vemos que aquello se vuelve en nuestra contra, ¿por qué somos tan tercos, tan brutos y tan rematadamente suicidas? No nos basta con aceptar la pérdida, sin ser capaces de cerrar la operación y aceptar una derrota, sino que hacemos sonar el cornetín de la heroica más absurda, huyendo hacia adelante. Es entonces cuando decidimos aumentar la posición, promediando el precio de entrada... ¿y qué ocurre? Fácil, simple y rápido: Es ese momento cuando definitivamente hemos firmado nuestra sentencia de "ruina acelerada", porque no sólo perderemos sino que incrementaremos exponencialmente el tamaño y la velocidad de esta pérdida hasta límites insospechados.

Imagínate la típica escena de la bola de nieve que comienza siendo pequeña y a medida que va rodando por la ladera y alcanzado velocidad, va creciendo y creciendo... Pues bien, llevado al trading, aumentar una posición perdedora es como colocar en el camino de esa bola todo tipo de objetos (a ser posible voluminosos y punzantes, para que duelan) con el fin de que la gran esfera devastadora, lo sea aún más en tiempo y forma. ¿Y sabes lo mejor de toda esta película? Que al final del trayecto estás tú (y sólo tú) en posición desafiante, erguido, los pies en "v" y bien apoyados en el suelo; una mano en la cadera y la otra levantada y abierta con la autoridad del mejor guardia de tráfico y diciendo... ¡a ti te paro yo!

Bueno, pues a ver si te repasas el capítulo de la Segunda Ley de Oro y te dejas de tantos aires de absurda grandeza...

sábado, 19 de febrero de 2011

Esto se va a caer...

Después de realizar el anális semanal, no he podido evitar que me venga a la cabeza esta insistente y tentadora expresión, que suele aparecer con sus cantos de sirena en las mentes de todos los traders ávidos de ser los elegidos para abanderar el ansiado giro de mercado que les haga ricos de la noche a la mañana y les catapulte en cohete a la fama y a la opulencia financiera...  Pero reflexionando un poco sobre ello, me hago algunas preguntas:

¿Cuánto dinero se ha perdido abriendo posiciones cortas ante la inminente caída que NO acaba de llegar?

¿Cuántas ruinas se han construido por saber que "también se puede ganar cuando la bolsa" baja?

¿De qué sirve adelantarse y ser el primero, si cuando los movimientos son buenos hay cien mil oportunidades para aprovecharlos?

Quizás merezca la pena releerse el capítulo de la mina nº 3 del libro... y medir bien nuestro termómetro de "impaciencia y precipitación", porque de nada sirve llegar el primero en un mercado tan inmenso, cuando nos bastaría con esperar a que el movimiento se inicie y entonces sí, incoroparnos y disfrutar de unos merecidos y buenos momentos de ver nuestra cuenta en positivo, que tanta falta hacen...