Sólo han pasado unos días desde que te fueras. Me topo con
una foto tuya y mi garganta se cierra, tengo que tragar saliva con dificultad, todo
mi cuerpo se eriza y un escalofrío rápido me recorre la espalda; los ojos se me
humedecen y mi mente… ¡ah, mi mente! Me tortura de forma machacona y retorcida
con las mismas preguntas una y otra vez: ¿Cómo es posible? ¿Cómo puede ser tan
cruel esta vida? ¿Y por qué a él? ¿Y por qué de esta forma?
Por más que lo intento, por más que busco una respuesta, cada
vez estoy más perdido, más desconcertado, más cansado. Si el premio a una vida rebosante
de energía, ilusión, entrega, amor y pasión
por los cuatro costados, es esa indescriptible tortura a la que eres sometido para dejar este mundo, ¿de qué ha servido todo lo anterior? Esta vida
no es justa. No quiero ni pensar en la palabra justicia. En momentos como éstos
me siento lejos de todo. Nada es. Nada existe. Nada vale.
Y aún así, algún día me tocará también a mí. Y no sé ni cómo
ni cuándo abandonaré este mundo. Y estoy perdido. Otra vez estoy perdido. ¿Qué
hago? ¿Cómo lo hago? ¿Merece la pena hacer el bien, ilusionar, amar hasta el
infinito, entregarse sin recelos, a sabiendas de que el premio que me espera es
el más indescriptible de los calvarios por haber desempeñado tan meritoria
labor en mi existencia? No tengo respuesta, pero sí tengo el resultado final:
algún día me tocará a mí.
Y sólo me queda huir hacia delante, exprimir mi cronómetro
antes de que también se pare. Beberme hasta la última gota de mi botella, antes de que sea demasiado tarde. Sentirme afortunado por todo lo que he recibido
de ti y de gente como tú a la que para mi desdicha, también he podido comprobar
que se pagaba con la misma moneda. Pocas son las personas que te alegran un día
gris, te sacan una sonrisa cuando llegas con los hombros caídos, te proponen
proyectos y cambios, te transmiten ánimo, fuerza y alegría. Y al final… así se
les premia… ¡Qué alguien me lo explique, por el amor de Dios!
Pero no hay escapatoria. Y no sé a la vuelta de qué esquina terminará
mi trayecto. Así que sólo me queda vivir, aprovechar y exprimir hasta el último
resquicio de mi presencia en este viaje sin retorno. Y tú me has enseñado el
camino. Me has mostrado cómo hacerlo y tienes mi eterno agradecimiento por
ello. Pienso entregarme en cuerpo y alma
para dejar constancia de una historia en primera persona que esté plagada de amor,
entrega, ilusión e intensidad, no sólo para mí sino para todo el que me rodee
(porque así lo hiciste tú). Ahora me toca a mí seguir en esta carrera de
relevos. Ha sido un placer haber formado parte de tu equipo. Yo tengo que continuar.
Te lo debo (y se lo debo a más gente, de allá y de acá). No quiero ni pensar en
cuál será mi premio. Sólo quiero llevar todo lo mejor, toda la pasión y la
plenitud de que sea capaz, por donde quiera que vaya. Así, cuando llegue mi
turno y tenga que entregar el testigo, no tendré dudas en gritar a los
cuatro vientos: “¡Aquí estoy! ¡Y ahora, que me
quiten lo bailao!”
A la memoria de José Manuel Rengel Cortés y de las personas
que, al igual que hizo él, me han mostrado el verdadero sentido de la
vida. Gracias, por siempre, donde quiera que estéis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario